Luis Alberto Arellano (Querétaro, 1976)
I
En últimas
fechas pienso mucho en la labor de traducción de dos personajes señeros de este
arte en México: Guillermo Fernández y Rafael Lozano. De Guillermo Fernández hay
poco que añadir a su gran labor como difusor de la literatura italiana. Releo
constantemente sus traducciones de Eros Alesi, Mamá Morfina, y salgo siempre
asombrado de la pericia lingüística con que sortea dificultades que a otros
hubieran hecho retroceder.
Rafael Lozano (Monterrey, 1899) es
una figura más oscurecida por el olvido. Tuvo una gran labor como difusor de la
literatura europea del momento a inicios de los años 20 del siglo pasado.
Mientras vivía en París entró en contacto con la idea de renovación artística
que aún no tomaba cuerpo en lo que ahora conocemos como las Vanguardias históricas.
Su refinado gusto cosmopolita lo llevó a entrevistar a Gide, a Tzara, a Francis
Jammes, a Marinetti, durante la primera mitad del año 1921. Basta ver sus
artículos en El Universal Ilustrado, para darse cuenta que se trataba de un
joven con un espíritu sensible y una inteligencia notable. También animó una
revista que se llamó Prisma, y que estaba dedicada exclusivamente a la difusión
y discusión de la poesía. Dos terceras partes del material incluido en los 8
números que duró la revista era material traducido. Todo esto antes de cumplir
los 25 años. Uno de sus grandes aliados en esta empresa, el otro era Guillermo
de Torre, fue Fernando Maristany. Maristany fue un traductor consumado de
diversos idiomas, y desde la atalaya de la editorial barcelonesa Cervantes, dio
a conocer diversas colecciones de poemas ingleses, franceses, italianos,
portugueses, entre otros. Así, es casi natural que Lozano comenzara a traducir
él mismo poemas del francés y del inglés. Su primer trabajo en este ramo fue
una traducción de poemas de Carl Sandburg y unas canciones de Maeterlinck para
el primer número de Prisma. Este fue el inicio de un largo periplo de
traducciones que incluyen a Edgar Allan Poe, Paul Verlaine, Amy Lowell, Anatole
France, Albert Samain, Jean Moreas, Omar Khayyam y Rudyard Kipling, entre
otros. El arribo de su trabajo como
traductor fue la publicación en 1943 de una colección de poemas de Paul Valéry,
publicado por su propia editorial Prisma. El ejemplar que yo reviso tiene
correcciones autógrafas de Carlos Chávez, el famoso
músico, a quien pertenecía. Sin embargo, encuentro estas anotaciones injustas o
altamente discutibles, producto más bien de un afán de traducción literal y no
tanto en atención al sentido del poema.
II
La mano
magnífica de Carlos Chávez me lleva a pensar algunas cosas sobre la traducción.
Sé que son preguntas que llevan entre nosotros mucho tiempo, pero, al estilo de
Borges, me interesa más la verdad que se esconde en ellas que la novedad que
representen. Pienso primero en qué es aquello a lo que podemos llamar
Traducción. Jakobson distingue, en un estilo muy esquemático, entre tres tipos
de traducción: equivalencias o aproximaciones dentro de una misma lengua; el
paso de las experiencias no verbales a una construcción verbal; y por último,
el intercambio entre lenguas distintas. Steiner no se aleja mucho de este
planteamiento, pero en vez de verlo como actividades separadas coloca a la
traducción como el centro de las actividades lingüísticas del ser humano:
constantemente estamos traduciendo y llevando de un ámbito no verbal a uno
verbal sensaciones y sentimientos. Constantemente nos enfrentamos a un proceso
de selección de palabras que parte necesariamente de una ponderación entre
distintos vocablos para ajustar nuestro pensamiento a nuestra expresión verbal.
Y en consecuencia, podemos, estamos familiarizados, emprender la traducción
entre lenguas porque es un proceso que nos es conocido desde siempre.
Ambas posturas rodean un problema
que está en el centro de sus reflexiones, ¿qué es lo que se hace cuando se
traduce? ¿Qué es lo traducible de una lengua a otra, o más aún, qué es lo
traducible de un texto a otro?
Pienso en dos cosas previas, que
tienen que ver con mi práctica y que podrán parecer chocantes, pero a mí me
parecen una declaración de principios sin la cual el problema se desborda y es
imposible de encarar. En primer lugar, hablar de traducción significa hablar de
traducción literaria. Es decir, de la necesidad de trasladar un texto
literario, con todo lo que eso implica, a otra lengua que aquella en la que fue
escrito originalmente. En segundo lugar, y como consecuencia necesaria de la
primera premisa, toda traducción literaria es necesariamente una recreación.
Es por estas dos ideas que las
aproximaciones más interesantes para mí vienen de Walter Benjamin y Jorge Luis
Borges. Por un lado, Benjamin recurre a la mística judía para hablar de un
lenguaje primordial que se ha visto fragmentado en las distintas versiones
idiomáticas que hablamos. De ahí que todo acto de traducción esté condenado al
fracaso, porque no hay equivalencias entre las lenguas, sino que más bien todas
son partes de un solo entramado. La idea más interesante que transmite Benjamin
es que la traducción, fallida siempre, compromete una cierta violencia con el
lenguaje de arribo. Que la lengua que recibe el texto traducido no puede
alojarlo de una manera pasiva, porque no alcanza para cubrir la experiencia del
idioma previo. Y por tanto, debe forzar al idioma de arribo a estirarse, a
torcerse, para poder admitir un texto traducido. No sé si esto sea verdad, pero
es claro que cuando uno traduce un poema lleva en sus manos esa tentación de no
atender del todo a las reglas gramaticales de su lengua. Y no por
desconocimiento, sino porque evidentemente no son suficientes para decir lo que
el poema dice. Así, pues, al menos en mi versión, es necesario recrear el poema
en un idioma que no necesariamente es completamente el que lingüísticamente
señalamos como nuestro. Es decir, que traducir a Linh Dinh (por dar un ejemplo)
al español, es más bien rehacer los poemas de Linh Dinh en una lengua que no es
del todo el español que conocíamos antes de este autor, pero que es lo
suficientemente familiar para que podamos leerlo sin dificultades.
En este punto entronca la versión de
Borges, admitiendo que a pesar de que hay traducciones que privilegian la forma
del texto, y otras que privilegian el sentido, ambas fallan si no admiten que
se trata más bien de una versión. Es decir, que la traducción en un sentido
acabado y completo es imposible y que debemos conformarnos con versiones,
recreaciones, de los textos originales en la lengua de arribo. Ambas ideas
consuelan y a la vez alientan. No es posible tener un método único de trabajo
para todos los textos que queramos traducir, sino que debemos plantearnos
estrategias que estén acordes con el tipo de recreación que queramos realizar,
sabiendo de antemano que es una entre varias posibilidades y no necesariamente
la más deseable.
III
Uno de los
poemas de Valéry en versión de Lozano comienza con esta estrofa:
Granadas de gajos violentos
que ceden a exceso de granas,
¡creo ver frentes soberanas
que estallan en descubrimientos!
El
ampuloso comentario de Prieto se limita a encerrar la preposición del segundo
verso en un círculo y escribir al margen "al". Lo imagino frunciendo
el ceño y tomando la estilográfica a mano para hacer un movimiento circular
lleno de ironía sobre esa solitaria "a" que tanto incomoda su
lectura. Olvida Chávez que es un soneto, y que Lozano está forzando la
gramática en un afán de preservar la métrica del cuarteto inicial. Y olvida
bien, porque es discutible la solución que Lozano acomete. Digo que olvida
bien, porque estas soluciones dependen no de lo que pensemos acerca de la
traducción, o de nuestro dominio de ambas lenguas en contacto, sino sobre la
relación con el lenguaje que se desprende de nuestra particular concepción de
la literatura. Una vez que admitimos distinguir aquello que es irreductible de
la experiencia literaria, aunque sea desde nuestra particular inconciencia
sobre el tema, nos veremos impelidos a tratar de preservarlo en una traducción.
Y en ese sentido, la versión que realizamos es siempre nuestra, como lo son los
poemas que sólo nosotros escribimos, para bien o para mal [[R
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