Andrés Galindo
(Ciudad de México,
1974)
¿Los ocho o diez hombres y mujeres en una nave espacial,
la Nueva Arca, camino de otro planeta a plantar la insípida
semilla
del hombre una vez más?
Charles Bukowski
Entonces estarán dos hombres en el campo:
el uno será tomado y
el otro será abandonado;
dos mujeres estarán moliendo en el molino de mano:
la una será tomada y la otra será abandonada.
Mateo 24: 40-41
Entonces sucedió que aquel viejo planeta ardió en llamas;
eran llamas artificiales creadas por los habitantes del viejo planeta. El fuego
de las naciones se cruzaba incesantemente. Los gobernantes ordenaban y las
armas de los hombres no cesaban de hendir la tierra con el fuego de las manos.
Grandes truenos retumbaban en el cielo. Muerte y hambre dominaban
las calles de las ciudades. Enfermedades incurables asolaban a todas y cada una
de las poblaciones. Unos a otros, todos los seres vivos de aquel planeta se
arrancaban el corazón por un mendrugo de maná. Los abismos, hace tiempo
cerrados, hoy volvían a ser abiertos. Los hombres de las catacumbas disparaban
sus armas, pertrechados en las profundidades de la marginalidad. Y los falsos
profetas acarreaban a las masas de fanáticos, de tal manera que se postraban
ante dioses falsos; y así, postrados con las miradas hacia la tierra,
ofrendaban a sus dioses.
Hace mucho tiempo que los sabios ya habían predicho este
caos; entonces eran tomados por locos, y así murieron. Así estaba escrito.
Pero en medio de toda esta violencia existía un hombre
justo, exento de tacha entre sus contemporáneos. Este hombre seguía el sendero
de Dios, el Dios verdadero. Él fue el único que halló la gracia de su creador,
y su creador lo miró como se admira al Hombre perfecto, su preferido.
Entonces Dios le dijo a El Hombre:
—He decidido el fin de todo ser, porque este planeta está
lleno de violencia a causa de ellos; y he aquí que yo los destruiré junto con
sus tierras.
Con el corazón en la mano, El Hombre pidió a Dios por su
esposa, quien pertenecía a una de las tantas sectas paganas que día a día
proliferaban en las ciudades.
—Padre, esta es mi mujer. Es la mujer que curó mis heridas y
me dio de beber cuando yo caminaba en medio del fuego de los hombres.
Dios, que desde siempre había estado con El Hombre, lo miró
con misericordia y dijo con voz de trueno:
—Hazte una nave con la materia más resistente que
encuentres. Harás aposentos en la nave y la blindarás por dentro y por fuera.
Tu nave ha de llevar una sola ventana y una sola puerta. También debes recordar
que la nave tendrá tres niveles.
Y he aquí que yo traigo una lluvia de fuego sobre la tierra,
para destruir toda carne en que haya espíritu de vida debajo del cielo, todo lo
que hay en el planeta morirá.
Mas estableceré mi pacto contigo, y entrarán en la nave tú y
tu mujer. Y de todo lo que vive, de toda carne, dos de cada especie meterás en
uno de los niveles de la nave, para que tengan vida contigo; macho y hembra
serán. Y toma contigo de todo alimento que se come, y almacénalo en otro de los
niveles, servirá de sustento para ti y para ellos.
Dio Dios a El Hombre siete días para que terminara su labor
antes de arrojar sobre la tierra las llamas de la destrucción; y así hizo El
Hombre; hizo conforme a todo lo que Dios le mandó. Construyó la nave de la
alianza e hizo subir a dos de cada una de las especies, hembra y macho; se
abasteció de alimento suficiente para todos; y abordó la nave él y su mujer.
El séptimo día, como Dios lo había indicado, la nave de la
alianza abandonó aquel planeta de odio. Desde el espacio exterior, por la única
ventanilla de la nave, vio El Hombre cómo inconmensurables bolas de fuego se
abalanzaban sin piedad sobre la tierra, ya de por sí destruida. Todo lo que
tenía aliento de vida en sus narices, todo lo que había en aquel planeta,
murió.
Sucedió entonces que la nave de la alianza surcó el vasto
universo durante cuarenta años luz; El Hombre y La Mujer, y el resto de los
seres vivos que en la nave viajaban, anduvieron perdidos en el universo, por la
soledad sin camino, sin hallar un planeta en donde habitar. Los alimentos se
terminaban. Hambrientos y sedientos, los habitantes de la nave desfallecían en
cuerpo y alma.
Entonces clamaron a Dios en su angustia, y él los liberó de
sus aflicciones. Los dirigió por camino derecho para que llegaran a un planeta
habitable. Poco a poco, la nave fue acercándose a una nueva atmósfera. Y Dios
dijo:
—Benditos los que descienden al nuevo planeta en la nave.
Al cabo del descenso, El Hombre abrió la única escotilla de
la nave de la alianza y envió a un cuervo, el cual salió de la nave y mantuvo
el vuelo, yendo y volviendo. Envió también El Hombre a una paloma para ver si
encontraba un lugar donde pisar tierra. Y no halló la paloma donde sentar la
planta de su pie, por lo cual regresó al interior de la nave.
El hombre y La Mujer aguardaron dentro de la nave siete días
más; esperaban una señal.
Mientras tanto, el cuervo, que incansable sobrevolaba el
límpido cielo, por fin encontró tierra firme. Al atardecer del séptimo día, el
infatigable cuervo regresó a la nave y se presentó ante El Hombre llevando una
hoja de olivo en el pico. De inmediato El Hombre entendió que el cuervo había
avistado tierra firme donde habitar.
La paloma, por su parte, salió de la nave la misma tarde en
que el cuervo llegara con una hoja de olivo. La paloma se perdió en la bastedad
de los cielos, y ya jamás regresó, aun cuando después, y durante mucho tiempo,
El Hombre la llamó y buscó con el corazón en la mano.
Era el año 2026 —El Hombre contaba 33 años de edad— cuando
la única puerta de la nave salvadora se abrió. Entonces Dios llamó a El Hombre
y le dijo:
—Adán, ahora puedes salir de la nave. Sal tú y tu mujer.
Todos los animales que están contigo también pueden salir. Vayan por esta nueva
tierra para que prosperen y se multipliquen.
Salió Adán a la nueva tierra con su mujer y todos los
animales que viajaban en la nave. Los animales prosperaron y se multiplicaron.
Adán prosperó con su mujer y ambos vivieron felices para siempre…
…hasta que un buen día Eva ofreció a Adán el fruto de un
árbol desconocido [[R