César Cortés Vega
(Ciudad de México)
Chat.- Datos que agrupados encontrarán de nuevo unidad. El archivo estará completado y entonces los fragmentos harán de la espera algo que tenga rumbo. Sentado ya más de un par de horas, encuentro una salida posible y me aventuro en medio de esta maleza de odio soterrado. Toda percepción es como la luz, y el lenguaje detiene las partículas y las ondas, distribuye una mínima parte de todo eso y elige una porción de energía para encapsularla. Entonces mando la idea, y el rechazo de los asistentes al chat es inmediato. Hace muy poco yo habría insistido, pero hoy prefiero adoptar la visión contraria para tranquilizar a mis interlocutores. La angustia es inobjetable, pero en mí, como pasa en toda percepción, también la clasifico y hago que sólo sea percibida por sus restos. "Me he quedado" escribo para finalizar la conversación.
Yo.- Desde la foto solarizada, escribo un comment. Digo que eso debería ponerlo él en su perfil. "¿Para qué?" Le respondo desde la imagen del becerro. Foto solarizada responde que le parece una idea ofuscada, algo que sólo cabe aquí, en nuestros muros. Claro, imagina que así no es necesario justificar nada, es una ocurrencia como todas las ocurrencias que circulan diariamente, sin sentido, sin principio ni fin, superficiales o brillantes, perdidas en la memoria de las máquinas orgánicas. Se usará o no, para engordar las estadísticas de los buhoneros. Entonces esa es la respuesta para redimir mi inconsistencia. Reviso su muro, mi muro. Acaba de pegar una frase de un pintor alemán, Hans Memling. Tiene catorce likes. Catorce. Cuando me decido a contestarle, veo que ha abandonado la conversación.
Turno.- Suavidad; figuras de teatral colorido. Desde su concepción germánica, el "autor" detiene su pincel en efigies que parecieran estar suspendidas en sí mismas. Un retraso, ligero gesto de alegría. Caras para la identificación. Mi rostro está ahí, porque representa también una salida. Un output. Me veo como ellos se ven y soy expulsado por la situación del tiempo en mi memoria. Pero soy en ese más allá, la figura que me da claridad. Todos ellos en el espacio de la percepción del prisma que nos ve.
Sinfonía.- Becerro continúa con su hilera de insultos. Ha elegido pagar el privado para la mayoría de nosotros, así que nos hace el favor de mandarlo directo a la pantalla. Nos encontramos en conferencia para determinar el contenido de las imágenes de la primera gran acción del colectivo. Yo, que soy un suicida, me parece que si queremos hacer una diferencia, somos idiotas evidenciándola aquí. Por eso no les digo nada de eso cuando levanto la mano. Que nos chinguen, me vale madres. Pero la chica sigue retorciéndose en el privado transmitido en la pantalla de Becerro, se toca su pene y su conchita todopoderosa, y todos la vemos con indiferencia. Becerro envía la risa por la caja de texto, y yo me río, no con él sino de él, porque es un imbécil. Sin embargo es lo mejor que pasa en la reunión, porque produce la tensión idónea para confundirnos. Uno, dos, tres minutos de atención, y todos vuelven a voltear hacia a la pantalla del privado-público. Podría hacerse música si acompañáramos los movimientos de las cabezas con sonidos. Sinfonía transexual, podría llamarse.
El prisma que nos ve.- Tres afirmaciones y la bailarina acompañaría mi movimiento de cabeza. Como el caballo matemático que a la señal de su entrenador marca con su pezuña la cantidad exacta de la operación. Un movimiento de mi brazo, y la pirueta sería doblemente compleja. El aparato me observa con el ojo de mi voluntad. Soy yo el que supone la acción. Yo la mirada posible. Lo mismo que los hombrecitos que habitaban la radio en los sueños de nuestros abuelos, soy voluntad fragmentada en el interior de estos humanoides. Me imagino ellos mientras me adivinan. Pero más que extensiones, son el abandono de la conciencia. Esclavos del humanismo, en los viejos términos: si la conciencia debe hoy ser prudente con la idea de animalizar al otro, tan sólo por su diferencia o la posición que ocupe en la estratificación mortal, entonces la máquina es la superación de los escozores morales de los desgraciados. ¡Esclavos, no maldigamos la vida!
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