Gerardo Ugalde Luján (Zapopan,
Jalisco, 1989)
Una vez en la vida de todo hombre se pierde el sueño.
Recorres toda la habitación en busca de algo que hacer, pensar, comer. El reloj
esta clavado en la pared, frente a tu cama; sin moverse, fijo en la hora trece
de un séptimo día.
Encendí la computadora, encendí un cigarro; la habitación
apestaba, yo seguía fumando pitillo tras pitillo, intentando masturbarme.
Estaba sentado contemplando asiáticas de coños peludos cuando de repente sentí
un dolor en el estómago. Era agudo, espontaneo, justo.
Mi baño no era la gran cosa, yo tampoco lo era, mi culo se
adolecía por el estreñimiento. Pujaba y gemía, lagrimas escurriendo por mis
mejillas. El dolor ahora se encontraba en mi espina, hígado, riñones…cada
segundo sobre el escusado era un calvario.
No logro comprender qué fue lo que pasó. Sentado sobre el
trono algo explotó: mi escroto, el lado derecho, eso fue lo que pasó.
No había dolor; temblaba por el frio que sentía en mi
pelvis. Las luces fluorescentes nunca antes se habían adentrado en mi mente. Me
tambaleaba por todo el baño, carecía de la fuerza suficiente para continuar de
pie.
Adentro, en el retrete, algo se cocinaba, el agua
ensangrentada burbujeaba. Mi testículo salía a flote. El izquierdo se agitó. Yo
metí mi mano para recuperarlo, de repente una voz dura, eléctrica, tenebrosa,
gritó:
- ¡No lo hagas muchacho, aquí resbalan cosas bastante
sucias!
Retrocedí hasta topar con la pared del baño. Una mano en mi
rostro, la otra en mi escroto; al tocar mi parte derecha desgarrada, tibia,
infame, mi estómago se revolvía, el vómito podía percibirse en mi garganta, al
intentar purgarme me acerque al inodoro recordando mi gónada derecha, voltee mi
cara hacia un lado y expulsé el poco alimento que había ingerido durante la
tarde.
- ¡Hey! ¿Te encuentras bien? - de nuevo la voz; no captaba
de dónde provenía, recapitulé y me di cuenta que ésta llegaba del inodoro.
Arrastrándome hasta él, note que en el agua ensangrentada, se mezclaban en el
semen, y con una orina de varios días, mi testículo derecho.
- ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
- Muchacho, muchacho, sabes que estoy aquí. ¿Por qué demonios
preguntas? ¿Acaso me viste salir dando saltos y correr como un desquiciado?
- ¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¿Por qué me pasó esto?
- Soy tu testículo derecho, quiero un cigarrillo, y no sé
por qué pasó esto.- El agua se agitaba- Sácame muchacho, puedo pescar un
resfriado.
Introduje mi brazo izquierdo dentro del retrete, tomé mi
testículo: suave y palpitante; al dejarlo en el lavabo se agita un poco y tose:
- ¡Cogh, cogh! - Gracias a esto, observe con detenimiento
que tenía un rostro: un par de pequeños puntos negros como ojos, arrugas
marcándolos con fuerza, la boca un simple línea, no labios ni dientes, sólo una
línea irregular. La ausencia de su nariz lo hacía perfecto, casi hermoso.-
¡Dame un cigarrillo!-
- Seguro, aunque no creo que quepa en tu boca.
- Escupe el humo sobre mi rostro - dijo él -. Fui corriendo
hacia mi habitación, buscando con desesperación la cajetilla, lancé todo
aquello que no pareciera ésta. Mi turbación me impedía ver que estos se
encontraban en la mesa a lado de mi cama. Cuando me detuve logré verlos.
Regresé corriendo al baño donde el testículo se miraba en el espejo.
- Muchacho, nos parecemos, ambos lucimos acabados.
- No entiendo, siempre fui limpio - no hablaba con él, todo
esto para mí, necesitaba convencerme de mi cordura. Febril alguien deliraría;
sin embargo mi temperatura era normal. - Me bañaba todos los días, me restregaba
el jabón todas las mañanas.
- Mira hijo, estas cosas pasan, tal vez te masturbabas
demasiado, debiste conseguir una chica. No lo sé, lo importante es seguir
adelante.
- ¿Qué, eso es todo? “Sigue adelante”, si antes no conseguía
mujeres, crees que ahora con un sólo huevo lo haré -. El cigarro se había
apagado; impregnándose de un repugnante aroma el baño, mi respiración se
dificultaba, lo que contribuía a que en mi poca lucidez se permeara aún más la
locura.
- Hijo ¿quieres la verdad? Bueno, te la daré -. Él se estaba
empezando a poner púrpura, no dije nada al respecto -. Eres un egoísta, siempre
durmiendo de lado, aprisionándonos a mí y a “Zurdo” con tus gordos y peludos
muslos, él podía escapar, pero yo me quedaba ahí, apretado, sin aire, con
calor, adolorido.
- Perdón, en verdad lo siento.
- No lo lamentes hijo, haces lo que puedes, no es tu culpa
vivir a tu modo. Acabes con esta cháchara sin sentido, mejor llévame a la
computadora y ponme ante esas asiáticas de coños peludos.
Tomé a derecho con suma delicadez, lo coloqué frente a la
pantalla y reproduje el video. Mientras las asiáticas gemían y gesticulaban,
derecho moría sin remedio.
- Acércate niño, quiero decirte una última cosa - nunca
antes había escuchado palabras tan hermosas - no somos nada hijo, no somos
nada [[R
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