Sergio Ceyca (Sinaloa, 1990)
Esta mañana, al despetar, agradecí que el Método haya
rescatado mi vida. Agradecí, hermanos míos, el milagro ejercido por la
Tecnología para resucitarme. Yo que era un insecto vil de carne imperfecta,
ahora soy la prueba de que a pesar de que se camine por el valle de la sombra
de la Ignorancia, no se debe temer, porque la correcta aplicación del Método
infunde nuevo aliento, permite emerger del abismo.
Yo estaba en lo más profundo, ahogándome entre el barro. Las
inyecciones arrebatan todo, incluso la esperanza, y al final el único deseo, la
única necesidad que se siente, es la de otra dosis. Los días pasaban entre un
andar enfermizo por calles hediondas y miserables, llenas de espejismos; dormía
en bancas, visitaba a otros adictos, me amparaba del frio y la lluvia en casas
abandonadas. En alguno de esos lugares, en mi cuerpo empezó a florecer la
infección: primero el brazo que se obscurece, luego las convulsiones, el
bruxismo, el insomnio. Eso no iba a detener los atracos, las golpizas, las
riñas, claro que no; ni la gangrena impediría que obtuviera mi dosis. No
pensaba que las fiebres me paralizarían, que los árboles empezarían a gritar,
que las nubes se derretirían…Bañado en sudor frío, le pedía perdón a mi madre
quien, entre golpe y golpe de mi padre, me había soñado un futuro de
oportunidades.
Pero es que mi madre jamás conoció el Método.
Al despertar esta mañana bendije mi vida presente, distinta
de aquella en que moribundo sobre una camilla de la Cruz Roja, el cuerpo
atascado de morfina, pedía otra dosis o la muerte al médico o enfermero que
pasara. Muchos de ustedes han de conocer la sensación: mis brazos eran dos
vigas al rojo vivo que intentaban arrastrarme al Abismo. En tal estado me
encontraron los Investigadores de Itskov Inc.: estiré la mano, la mano
gangrenada, y ellos sonriendo me prometieron la paz.
Así me dijeron, hermanos míos: cierra los ojos y confía,
nosotros te prometemos la paz.
Desconocían, por supuesto, que para alcanzar la paz primero
tendría que sumergirme, aún más, en el fango.
Gracias a Itskov Inc, lo primero que conocí tras la miseria
fue la fama, y es que mis nuevos brazos no eran prótesis, sino cartílago y
carne artificiales, como forjados por la misma naturaleza. Para el planeta no
existía mi vida antes de las prótesis. Y entre entrevistas y congresos, entre
fiestas, la fama me condujo a un hombre de traje abriendo una cigarrera
plateada, para ofrecerme un nuevo tipo de droga: la Fermer. Cuántos de ustedes
no le deben su condena a la Fermer. Su melatonina sobresaturada me provocaba
tal éxtasis, arrebataba de mi mente el nido infeccioso, las inyecciones, la
vida malgastada…Cada vez con más frecuencia ocupaba más Fermer, y se me ocurrió
que usar recursos de Itskov, siendo una empresa que tiene tanto dinero, no iba
a molestar a nadie. Pero pronto empezaron a olfatear el azufre impregnado en mi
ropa, y el dinero se detuvo.
Al contrario de muchos de ustedes que mataron a la novia,
que robaron a sus malnacidos jefes, cuánto me arrepiento de haber golpeado la
cabeza del contador de Itskov Inc., de partirle el cráneo contra el suelo,
antes de escapar con los bolsillos llenos de billetes ensangrentados. De nuevo
a la vida de los asaltos, el frio nocturno, la búsqueda de Fermer; durante esas
noches, no saben cuánto me torturaba esconderme de mis salvadores.
¿Cuándo imaginaría que entre tanto pánico los Investigadores
de Itskov arribarían a mi calabozo? Nosotros, contrario a los inocentes,
conocemos esa oscuridad especial del calabozo: las sombras emanan de tu cuerpo,
la obscuridad que te rodea es tuya. ¿Cómo creen que me sentía tras la captura,
abrazado por mi naturaleza destructiva, la misma que mordió la mano que me
salvó?
En ellos no había resentimiento ni ira: hasta parecían
despedir un halo de santidad, justo como mi madre. Me volvieron a hablar del
Método, dijeron que mis errores estaban perdonados y que me ofrecían una nueva
salvación: el abandono de mi cuerpo, la suplantación de mis piernas por
cartílago de termoplástico, mis pulmones por acetato de polivinilo, y nano
procesadores de yottabytes por mis neuronas. Mi consciencia sería transferida a
una carcasa robótica y ya no sufriría hambre, ni sed, ni lujuria: me
convertiría en el dueño de mis necesidades. Aunque existía el problema de la
Incertidumbre, las posibilidades ínfimas, las antítesis, el cómo la operación
podía conllevar mi muerte, también podía ser el primero de una raza de
superhombres capaz de decidir sobre sus emociones, capaz de seleccionar su
físico. El futuro sería sinónimo de Igualdad, Libertad: desaparecerían la
bulimia, la anorexia, el racismo. Podríamos bajar el termostato de nuestra ira
o de nuestra ansiedad, decidir nuestra apariencia física. ¡Dichoso quién no
teme al Progreso, ya que de él será el reino de la Posteridad!
Pensando en tal milagro, recordé a mi madre y ese nido
corrupto que era mi familia. Hermanos míos, yo crecí acostumbrado a sobrevivir
entre humo de cigarrillos y vómitos de borrachera; aunque mi madre era la única
cosa santa de la familia y soportó de mi padre sus golpes, sus insultos, sus
quemaduras de cigarrillos, siempre tuvo la oportunidad de dejarlo. ¿Qué hubiera
pasado si ella hubiera conocido el Método, si el Conocimiento la hubiera
abrazado y le hubiera dado un propósito más que servir a la rata de
alcantarilla que era mi padre?
Por eso al ser llevado hacia el quirófano portaba una
sonrisa, la sonrisa de una boca consumida, deteriorada de mentiras. Mis nano
procesadores se estimulan tanto al recordarlo…Yo sería traído de entre los
muertos y si yo podía, ¿quién decía que tarde o temprano no podría infundirse
vida a los muertos queridos?
Porque aunque camine por el valle de la sombra de la
Ignorancia, no temeré ante las posibilidades ínfimas y las hipótesis fallidas.
Ni siquiera la Incertidumbre es un problema. No, porque la ciencia es mi
método, nada me faltará [[R